Crisis. ¿Cuál crisis?

Como el famoso hombrecito de la tapa del disco de Supertramp, en la reposera bajo la sombrilla, los rosarinos parecen haberse preguntado: “¿Crisis? ¿Qué crisis?”. No sólo los dos shoppings de la zona norte –Portal Rosario y Alto Rosario– se vieron conmocionados por el aquelarre consumista que sacudió a la ciudad los días previos al nacimiento del niño más famoso. También colapsó el centro, la emblemática peatonal Córdoba –que justo el 23 reinauguró el intendente Miguel Lifschitz con banda de jazz incluida–, el sistema de taxis –las colas para conseguir un vehículo superaban en el centro las veinte personas– y la calle San Luis, tradicional barómetro local, comparable con el Once porteño.

Nada hacía prever el desenfreno. Según explicó Nelson Graels, presidente de la Asociación de Comerciantes de la Peatonal Córdoba, “hasta el 18 de diciembre estábamos un 16% abajo del año pasado en cantidad de productos vendidos, pero comenzó a darse un movimiento diferente”. Lo mismo confirmó a Crítica de la Argentina Cecilia Caprile, encargada de prensa del Portal Rosario: “Las estimaciones nos ponen entre un 20% y un 30% arriba de las ventas de fin de 2007”. Las 3.200 cocheras del centro comercial de la zona de Arroyito estuvieron ocupadas todo el día y gran parte de la noche, y los autos debían estacionar en las inmediaciones, lo que ayudó a colapsar también el barrio.

Si bien se había previsto hasta las cuatro de la mañana y se había anunciado hasta las tres en afiches por toda la ciudad, los dosenormes shoppings finalmente debieron conformarse con que el happy hour durara hasta la una de la mañana. Por una gestión de motu proprio del ministro de Trabajo provincial Carlos Rodríguez ante los shoppings, los empleados de comercio consiguieron en la ciudad un acuerdo distinto al de todo el país y se limitó el trabajo del 23 y 24 de diciembre. De cualquier manera, el acuerdo no satisfizo al secretario de la Asociación de Empleados de Comercio Carlos Ghioldi.

Alejados del conflicto, los rosarinos se largaron a comprar, ignorando la ola de despidos que ya se siente en una ciudad que no tiene red estatal; aquí no hay ministerios que medien con oferta laboral el peso de cualquier crisis y Rosario sigue empacada orgullosa en su slogan “hija de su propio esfuerzo”. Le empieza a ir mal a la soja y comienza el tembladeral. Sin embargo, a despecho de los anuncios más agoreros, el happy hour fue una fiesta. En el Portal fue evidente el incremento de público desde las 20. Y todos los que hasta esa hora paseaban correctamente y pedían por Papá Noel (que en este Shopping dejó de trabajar a las 18, una foto con el barba salía 10 pesos) pasaron de paseantes a consumidores en el mismo momento en que por los parlantes una exultante locutora anunciaba “¡Happy Hour! ¡Happy Hour!” y develaba en qué local, por los próximos cinco minutos, daban un numerito que serviría para comprar con descuentos que iban del 20 al 40 por ciento. En la puerta del local, un payaso con megáfono invitaba a los paseantes a retirar su numerito. El problema era que, alternativamente, los locales anunciados eran del primero y del segundo piso.

“¡Eh, decí dos locales del mismo piso, la %*#%/() que te parió!”, gritaba al aire una señora excedida en peso y paquetes, en medio de la escalera mecánica que la bajaba justo cuando la oferta era en el piso de arriba.

En el Alto Palermo, la oferta tenía más aspecto de show bizarro y Papá Noel se quedó hasta el final de la fiesta (aunque, por más que luciera barba blanca, era un clon de Mercedes Sosa). Había más de una caravana de la alegría, todas comandadas por dos o tres actores que hacían las veces de directores de escuela, maestros y alumnos aventajados. Anunciaban el descuento y las hordas eran encolumnadas por los maestros al grito de: “Usté, de qué se ríe, a ver si hay algo gracioso, cuéntelo para todos, que acá lo único gracioso es que Timberland hace 30% de descuento”. En cinco minutos, los numeritos desaparecían de las manos de los anfitriones y la gente participaba de batallas campales por un par de escarpines (lo juro, lo vi yo). Mientras esto sucedía, el público ya se formaba en fila en la puerta de los comercios que le interesaban, esperando que la voz mágica anunciara que ésa sería la próxima tierra prometida del descuento. Otros, en cambio, preferían seguir a los maestros, recibir todos los numeritos posibles y después descartar.

En los dos shoppings, largas colas de compradores esperaban su botella de champagne, el premio si llegaban a una cantidad determinada de gastos. A la mañana siguiente, los periodistas de las radios rosarinas se preguntaban: “¿Qué nos pasó que nos pusimos tan consumistas?”. Entre quienes no tenían muchas respuestas, se encontraban los periodistas del diario El Ciudadano, del ex presidente de Newell’s, Eduardo López, que no cobraron aún su sueldo de octubre y ven peligrar seriamente su fuente de trabajo, o los vecinos del Fuerte Apache (Paraguay al 6000), que organizaron un piquete en medio del caos consumista del centro, solicitando ayuda social a los funcionarios municipales de Promoción Comunitaria. (CRÍTICA DIGITAL)